Yo lector

Las culpas del lector

Por Juan Pablo Picazo

La lectura es una de mis grandes pasiones. Leer me ha parecido desde hace mucho, la actividad más importante que se puede practicar, pues afina cualquiera otra de nuestras acciones y aficiones. Sin ella, el resto de nuestras actividades a la larga, puede ser completamente vana.

Leer me ha enseñado a preguntar correctamente y a conocer las preguntas como más importantes que todas sus respuestas. Leer me ha dado una carrera, pues el veneno más delicioso de la lectura son las ganas de escribir y eso resulta invaluable.

¿Y qué ? Todo eso no es más que una verdad de perogrullo, podrá el estimado lector pensar, por el contrario, la actividad más importante que se puede practicar es… y agregar aquí su propia pasión. Ya lo puede hacer y detener su lectura en este punto. O continuar y seguir en debate conmigo, o estar de acuerdo, nunca se sabe.

Debo añadir que la lectura, no obstante, me ha traído enormes culpas. ¿Culpas? Si. De todas clases. Huelga decir que en México (no digo que siempre, ni que en todas partes) desde el hogar se nos educa para ser siervos, disfrazando la indefensión aprendida como buenas maneras, por ello todo ha de pedirse todo como un favor y ha de agradecerse como don inmerecido. No se trata de ser grosero, claro, pero la lectura excava tan hondo, que uno irremediablemente se libera de mitos, culpas, y condicionamientos.

Un momento ¿cómo es que el autor de lo que debería ser una reseña crítica y no un artículo, dice que la lectura te libera de culpas si al principio dijo que la lectura le había traído algunas o más bien muchas y de todas clases? Pues es así, una cosa puede ser lo que es, y su contrario al mismo tiempo, sin menoscabo de la lógica, la coherencia y el buen gusto, yo digo.

Esta percepción de estar en falta me viene de la profunda pasión por los autores, los libros, los movimientos literarios, y demás sobre los que doy clase minuciosamente ante auditorios que a veces no se interesan mucho por los documentos que rebasan la cuartilla y media. Parte de la consabida idea de que sentarse, tumbarse o apartarse a leer son meros actos de ocio, que no de productividad destinada a la salvación de la patria, como suponen quienes mandan o dicen que lo hacen.

Son como un desliz porque me vienen de la delectación escandalosa que siento ante páginas como las de Gabriel García Márquez, August Strindberg, Fray Félix Lope de Vega y Carpio, Efrén Rebolledo y Marguerite Duras, entre otros autores que me llevan a intensidades a veces insoportables. Y de las caras admonitorias que le he visto a compañeros escritores, profesores, críticos, alumnos y diletantes cuya exquisita dieta se compone de nombres y obras delicados que, creen a pie juntillas, no pueden compararse con los que me conmocionan.

Amigos como Juan Antonio Pascual Gay, quien me reconvino por mi (así lo percibí, no que lo dijera) afición a la obra de Margueritte Duras, a quien llamó “esa gachupina” y el buen Max Vázquez Cedeño, quien inteligentemente me detalló su aversión a la obra del Gabo García Márquez, me han hecho sentir el vergonzoso cosquilleo de quien es atrapado reincidente en el ejercicio de algún feo vicio.

Puestos a leer no obstante, acepto mis culpas y me deleito en ellas. No desoigo los consejos de mis críticos amigos lectores, pero sigo adelante con mis, esos sí, confesados vicios. Si usted lee, no se avergüence de sus autores preferidos, la verdadera culpa está en el fanatismo, que consiste en la adoración de unos y el rechazo a todo lo demás, abra su mente y lea a mansalva, o a quemarropa, o a la roba vacas, pero siempre muévase de un género a otro, de un autor a otro, de un país a otro, verá como se enriquece y no de un modo inexplicable como les pasa a los delincuentes del poder.

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2 Comments

  1. Estoy de acuerdo contigo en que la verdadera culpa está en el fanatismo. Creo que la sensibilidad de cada quien nos lleva a identificarnos con, o a rechazar a, ciertos autores; pero el prejuicio le pone rejas a nuestro instinto de búsqueda y de conocimiento de uno mismo.

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