La Condesa Sangrienta (III de IX)
Por Grissel Gómez Estrada
Baños a medianoche,
desnuda,
en el balcón de un palacio enorme,
de molusco gris
y serpientes en ebullición.
Baños de luna
alimentados con gritos y hogueras,
la noche en tu castillo canta,
mejor dicho: aúlla.
Baños de luna, desnuda,
en el frío del infierno
y tu piel blanca,
presa del sortilegio
que es la soledad,
envuelta en dicha
al rozar la muerte
al tocar la muerte:
vértigo: felicidad de lobo,
tu piel: cielo púrpura,
tu voz: humo de invierno,
y la arpía vigilante.
Te esperaba un aposento de pieles,
un baño: cabra y mujer,
cabra y madre,
esencias, hierbas,
noche de luz:
cenit coronado por la diosa de plata
a quien venerabas
probando la sangre
que regaba tu cuerpo.
Probaste tu propia sangre
y tu piel fue teñida con el néctar
sólo concedido a los dioses;
probaste tu sangre
y las manos encontraron el camino:
senda de río carmesí,
gotas aterciopeladas
cascada
cascada carmesí
que fue creciendo
hasta convertirse en la tempestad
que inundó de sangre
el pueblo de Csejthe:
probaste tu sangre
y la voz
salió de tus labios
convertida en bestia.
Piel inventada por tus conjuros,
cuerpo desnudo, latente, enormemente vivo
como un gran corazón,
delineado por el líquido rojo,
que en la tina hervía.
Blanco, tu rostro en el espejo,
imantado con tu propia sangre,
sonrió.

Castillo de Csejthe, Eslovaquia. Foto tomada de internet
[…] (III de IX, click aquí) […]
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Siempre he temido a los vampiros, pero me gusta la fuerza y la música de tu poema. Gracias.
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