Domingo
Canta domingo canta,
detén tus llamas madera maya,
dile guitarra mujer gaviota,
dile que cante, que no se calle.
Mario A. Ramos
Por Andrés Uribe Carvajal
Hace unos cuarenta años, en San Luis Potosí, apareció un músico foráneo proveniente del estado de Yucatán. Por cierto y como paréntesis, remontándonos a la etimología de la palabra de origen maya, el significado más acertado para traducir la palabra Yucatán al español es: “No entiendo”.
Se dice que cuando los españoles llegaron a la península, interrogaron de manera abusiva a los indios, y estos, para desatenderse de ellos, decían: Yucatán “no te entiendo o no soy de aquí”. Comento esto brevemente, ya que la incomprensión será el estigma clave en la historia de Domingo.
Domingo llega a la ciudad de San Luis a una temprana edad, cargado de sueños y un vasto aprendizaje musical, resultado de un exhaustivo estudio. Sin más posesiones que una guitarra y un bonche de casetes al hombro (grabaciones que había realizado de guitarra clásica, ritmos latinoamericanos, música contemporánea y canciones propias) Sale a las calles de la ciudad en busca de productoras y agentes que puedan financiar y producir su material.
Hay que situarnos en la época y recordar que la realización de una producción de manera independiente si bien, en la actualidad es una tarea complicada, hace unos años era una labor inimaginable, de ahí el gran éxito y auge de los grandes sellos discográficos. Lo malo es, que a las productoras y disqueras del momento, poco les interesan las propuestas creativas y originales. En ese tiempo el auge y enfoque es otro, y está dedicado a popularizar por presiones políticas y televisivas, el decline de la “buena” música, y a sobreponer de manera inconsciente; música barata y sencilla con líricas y ritmos repetitivos que inducen al hipnotismo colectivo.
Domingo queda devastado, va de edificio en edifico y de calle en calle, con la puerta sobre las narices, como si todos sus esfuerzos realizados por el día, se le des-tejieran por la noche, dejándolo así, de nuevo desprotegido. Para él, la música es su única forma de vivir y de existir en este mundo, pero ¿cómo existir en ese mundo?
Pareciera ser que estando lejos de Yucatán vuelve a las raíces y la condena de la incomprensión. Y por su mente de nuevo cruzan las palabras que resultan del significado de su estado madre: “No entiendo, no soy de aquí.”
Se siente deprimido, simplemente no hay espacio para su música, y esa declaración también supone que no hay espacio para la vida. Para su propia vida. Mejor sería morir. Y así, una vez de regreso en su natal ciudad blanca Mérida, sin más que esa trágica convicción, sale un día al Parque Santana armado con una garrafa llena de gasolina y se la vacía sobre la cabeza, dejándolo inundado del terrorífico líquido que sería el preludio de su muerte, se prende fuego y muere entre las llamas de la madera de su guitarra.
Muchos no lo saben pero los artistas, están desprotegidos de cualquier cobijo por parte del Estado, dígase plan de retiro, seguro médico, o prestaciones. Sin embargo, si están obligados a pagar impuestos que mantengan dicho Estado. Un estado que por cierto, no los defiende. Y ese capital mama de los agujerados bolsillos del artista, del cual aparte de rendir cuentas, tiene que auto- financiar producción, difusión, material, técnicos, teatro, etc. Una barbaridad. Créanme que cuando escuchamos la popularizada frase “por amor al arte”, ésta debe ser entendida desde un seno casi maternal, es decir; sin interés de reciprocidad alguna. Un amor supremo y sincero, pero sobre todo fuera de cualquier lógica.
Historias como la de Domingo hay muchas, es difícil sobreponerse de la desilusión que pueden causar las condiciones externas, como la falta de oportunidades, el recorte de presupuesto, las ganancias mínimas o simplemente la falta de interés hacia la cultura por parte de la población. Como artista, espero un día hallemos la brecha que nos logre sostener económicamente y el apoyo que nos alivie como un bálsamo para seguir desarrollando nuestro arte de manera óptima. Hasta entonces más nos vale forjar el espíritu y mantener un optimismo casi infantil, que nos libere de cometer cualquier atrocidad. Como dijo Antonio Sánchez (baterista de jazz) “Hay que tener una piel muy, muy gruesa”