Terremoto en Cuernavaca
José Antonio Aspe
Checas la hora: 1:12 de la tarde. Lorena ya debe estar por llegar al café en el centro de la ciudad. La recuerdas, es una de tus alumnas más brillantes, con un talento envidiable, mismo que le está permitiendo desarrollar una novela que desentraña el difícil mundo del abandono. Sigues caminando, estás cerca de Famsa, solo pagas la letra de tu pantalla y te vas a darle el taller. Avanzas sobre la calle Morelos, debajo de la torre Latinoamericana. Cuántos recuerdos de ese lugar, sitio en el que viviste un romance a sangre y fuego con Bárbara, la italiana.
1:13. Te detienes, saludas a un viejo amigo, charlan, se ríen y desentierran recuerdos antiguos, almacenados en el baúl de los años. Se despiden y enfilas rumbo a tu destino.
1:14. Estás en la esquina de Morelos y Degollado, aún debajo de la Latino. Solo esperas a que el semáforo te permita atravesar. Mucha gente, muchos estudiantes de la Colón y madres que van por sus hijos al Santa Inés y a la Pestalozzi. De pronto se mueve la tierra en una oscilación que interrumpe tu andar y te obliga a detener la marcha. Es muy fuerte el sismo, todo brinca y se desacomoda. Te sientes muy mareado. No sabes qué hacer y optas por tirarte al pavimento. Has cruzado la calle, pero no mucho, casi nada, nada mejor dicho. El tráfico se estrangula, se detiene; los coches se atoran, llantas que se adhieren al asfalto como temiendo desmoronarse. La Latino está a diez metros de tu espalda, de tus brazos, de las huellas invisibles que vas dejando en la alfombra de cemento; sí, la Latino a diez metros de tu atemorizado ser.
Padrenuestroqueestàsenelcielosantifi… ¿Cómo era? DiostesalveMarìallaeresdegra… ¿Voy bien? Esto no para, piensas alarmado, al tiempo que ves, incrédulo, cómo se desploma el edificio de cinco pisos. Primero el ruido: colosal, inenarrable, inaudito; un rugido virgen para tus oídos: cristalería, asbesto, herrería, tubería, ductos, personas, muebles y enseres domésticos juntos haciéndose pomada en un segundo. Luego el polvo, no ves nada, una nube de ceniza y tierra entrándote por la nariz, por la garganta y por los ojos. Toces, toces mucho… y luego el olor a gas.
El polvo se disipa un poco y logras ver: cinco pisos del edificio reposando mansos y yermos sobre la calle Degollado; es como si siempre hubieran estado allí, como si hubiesen sido construidos a propósito así, sobre las banquetas. Te sacudes, pareces polvorón. Por fin logras ver bien las cosas, aunque te arden terriblemente los ojos. Estás en shock, no te mueves. Después de unos segundos los primeros heridos… luego los gritos desaforados de gente que yace atrapada entre los escombros. Estás aturdido, no te mueves. Los gritos siguen. Después las ambulancias. En ese momento se le va el sonido a todo y solo ves pero no escuchas., solo ves cómo se dibujan las palabras en los labios de la gente, cómo salen de las bocas y se esparcen en el aire. Una mujer es sujetada por otras, pareciera que sus ojos se le hubiesen botado de las cuencas; clama por una hija enterrada allí. No escuchas nada, solo ves… luego escuchas pero no ves nada, gritos, sirenas, gente que grita y pide apoyo… luego no ves ni escuchas nada. Intentas dar un paso pero no puedes, estás atornillado al piso.
1: 20. por fin reaccionas y comienzas a darte cuenta de que Cuernavaca ya no es ni será la misma; bueno eso es lo que crees en ese momento, en ese momento en que los de la camilla le cierran los ojos a una señora y la cubren. Eso es todo: la tragedia se ha enseñoreado una vez más, ahora en la ciudad de la eterna primavera, en esta ciudad que tanto amas y que no quiso que murieras allí, bajo sus ruinas mudas, sepulcrales, tajantes, definitivas.