Alma Karla Sandoval, La hormega

Se presentó «Hay un después», propuesta poética del sismo

CUERNAVACA, MORELOS, VIERNES 08 DE DICIEMBRE.- El lugar luce abarrotado. hombres y mujeres de todas las edades lo llenan. Es un café. Es un foro cultural. Es un refugio para los amantes de la literatura. Al frente, la poeta Alma Karla Sandoval, jojutlense de pura cepa, presenta su poemario Hay un después, resultado de sus emociones personales ante su ciudad caída, devastada.

En el templete le acompañan su editora, Mariana Ruíz, artífice primordial del sello editorial Astrolabio; La poeta Denisse Buendía, y los escritores Efraím Blanco, director de la editorial Lengua de Diablo, y Juan Pablo Picazo, editor general del blog literario La hormega, y director editorial de Eje Sur Noticias.

Efraím Blanco en La fauna, Eje Sur NoticiasAlma Karla Sandoval, es periodista, catedrártica de la Universidad del Vallede México (UVM) y el Tec de Monterrey, donde imoparte materias referentes a su especialidad en Enseñanza del Español como Lengua Extranjera.

Foto: Andrés Uribe, La hormega, playa de Bermudas

Arena negra

Del diario de a bordo

Andrés Uribe Carvajal

Hoy conocí una de los lugares más hermosos del planeta, cambié dólares por una especie de moneda mitad-inglesa mitad-gringa, vi los billetes más chulos, visite una playa hermosa con amigos geniales, me fui de aventón hasta la ciudad con un señor llamado Larry, tomé una copa de vino con una desconocida que nos indicó como llegar a un buen lugar, y al final se quedó con nosotros a cenar; en el transcurso de la plática, nos contó que estaba ahí de paso dando asesoría a maestros, también que era primer dan, y que su esposo tenía debajo de la cama espadas Samurai, porque sabía bien como usarlas, y que no creía en las otras armas.

Regresé en un autobús muy obscuro a un barco, toqué la guitarra… y aún le quedan unas horas a este día.

Que chingón los días así.

La vida es chida, sólo hay que tomarla.

Y la nave va

Terremoto en Cuernavaca

José Antonio Aspe

Checas la hora: 1:12 de la tarde. Lorena ya debe estar por llegar al café en el centro de la ciudad. La recuerdas, es una de tus alumnas más brillantes, con un talento envidiable, mismo que le está permitiendo desarrollar una novela que desentraña el difícil mundo del abandono. Sigues caminando, estás cerca de Famsa, solo pagas la letra de tu pantalla y te vas a darle el taller. Avanzas sobre la calle Morelos, debajo de la torre Latinoamericana. Cuántos recuerdos de ese lugar, sitio en el que viviste un romance a sangre y fuego con Bárbara, la italiana.

1:13. Te detienes, saludas a un viejo amigo, charlan, se ríen y desentierran recuerdos antiguos, almacenados en el baúl de los años. Se despiden y enfilas rumbo a tu destino.

1:14. Estás en la esquina de Morelos y Degollado, aún debajo de la Latino. Solo esperas a que el semáforo te permita atravesar. Mucha gente, muchos estudiantes de la Colón y madres que van por sus hijos al Santa Inés y a la Pestalozzi. De pronto se mueve la tierra en una oscilación que interrumpe tu andar y te obliga a detener la marcha. Es muy fuerte el sismo, todo brinca y se desacomoda. Te sientes muy mareado. No sabes qué hacer y optas por tirarte al pavimento. Has cruzado la calle, pero no mucho, casi nada, nada mejor dicho. El tráfico se estrangula, se detiene; los coches se atoran, llantas que se adhieren al asfalto como temiendo desmoronarse. La Latino está a diez metros de tu espalda, de tus brazos, de las huellas invisibles que vas dejando en la alfombra de cemento; sí, la Latino a diez metros de tu atemorizado ser.

Padrenuestroqueestàsenelcielosantifi… ¿Cómo era? DiostesalveMarìallaeresdegra… ¿Voy bien? Esto no para, piensas alarmado, al tiempo que ves, incrédulo, cómo se desploma el edificio de cinco pisos. Primero el ruido: colosal, inenarrable, inaudito; un rugido virgen para tus oídos: cristalería, asbesto, herrería, tubería, ductos, personas, muebles y enseres domésticos juntos haciéndose pomada en un segundo. Luego el polvo, no ves nada, una nube de ceniza y tierra entrándote por la nariz, por la garganta y por los ojos. Toces, toces mucho… y luego el olor a gas.

El polvo se disipa un poco y logras ver: cinco pisos del edificio reposando mansos y yermos sobre la calle Degollado; es como si siempre hubieran estado allí, como si hubiesen sido construidos a propósito así, sobre las banquetas. Te sacudes, pareces polvorón. Por fin logras ver bien las cosas, aunque te arden terriblemente los ojos. Estás en shock, no te mueves. Después de unos segundos los primeros heridos… luego los gritos desaforados de gente que yace atrapada entre los escombros. Estás aturdido, no te mueves. Los gritos siguen. Después las ambulancias. En ese momento se le va el sonido a todo y solo ves pero no escuchas., solo ves cómo se dibujan las palabras en los labios de la gente, cómo salen de las bocas y se esparcen en el aire. Una mujer es sujetada por otras, pareciera que sus ojos se le hubiesen botado de las cuencas; clama por una hija enterrada allí. No escuchas nada, solo ves… luego escuchas pero no ves nada, gritos, sirenas, gente que grita y pide apoyo… luego no ves ni escuchas nada. Intentas dar un paso pero no puedes, estás atornillado al piso.

1: 20. por fin reaccionas y comienzas a darte cuenta de que Cuernavaca ya no es ni será la misma; bueno eso es lo que crees en ese momento, en ese momento en que los de la camilla le cierran los ojos a una señora y la cubren. Eso es todo: la tragedia se ha enseñoreado una vez más, ahora en la ciudad de la eterna primavera, en esta ciudad que tanto amas y que no quiso que murieras allí, bajo sus ruinas mudas, sepulcrales, tajantes, definitivas.

Arena negra

Una cruz contra el olvido

Andrés Uribe Carvajal

Cada semana hago recuento de las cosas bellas y terroríficas que me sucedieron, sólo para asegurarme de que estoy viviendo la vida, un poco más allá de la frivolidad, o del tedio.

La primera y quizás la más trascendental fue que iba caminando sobre Ávila Camacho y vi a un señor grande, agachado, cortando la hierba que había crecido sobre la pared, no lo había notado, pero la hierba cubría una cruz, de aquellas que indican que alguien había muerto ahí, de una manera inesperada y poco pacífica. Un accidente, de esos horribles. 


Después, se quedó ahí agachado rezando un poco, en medio de todo el tráfico, y de las labores corrientes, en medio de ese mar sin sentido. Estaba ahí ese hombre, devolviéndole un poco de dignidad y honor al que fue quizás su hermano, amigo, o padre.

Después, se levantó y siguió con el andar cotidiano.

Quizás sea un gesto mecánico, pero para mí tiene que ver con no olvidar, porque olvidar es la única forma de muerte.

Nunca había pensado en esas cruces, y no imaginaba que alguien apuntara en su calendario, «Hoy: cortar la hierba, visitar a mi hermano». Pero así era.

Arena negra

Mi última muerte

Andrés Uribe Carvajal

Es oficial. En mi otra vida, morí en una guerra, fui baleado por militares, en un campo abierto, con mucho polvo. Intenté esconderme lo más que pude, pero al final siempre me encontraron.

Nunca se tentaron, me mataron como si fuera una tarea más. Esta guerra fue en Europa, pudo haber sido la segunda guerra. Aún no tengo claro en qué bando estaba, si era Judio o no. Pero mi otro yo, pobre de él, escapo algunas veces, y se escondió lo más que pudo.

Hasta que al final lo encontraron y lo mataron, me mataron.

Este es un sueño recurrente que he tenido , y anoche por fin sentí que no era algo ajeno, sino que tenía que ver con mi vida pasada, y con lo que sufrió quien estuvo antes que yo.